miércoles, 3 de diciembre de 2008

La arbitrariedad del frío.

Hace un frío criminal, tanto que todos nos acostamos con la duda de si llegaremos a despertarnos la mañana siguiente. Cada noche nos organizamos para buscar muebles viejos y todo aquello que sea de madera, luego regresamos y hacemos fuego para calentarnos y preparar la cena. No comemos mal, no pienses que estoy pasando hambre. Después de comer hay un poco de tertulia, hablamos de nuestras aldeas, nuestras ciudades, nuestras familias y nuestros pasados, es curioso, pero ninguno habla del futuro. Somos en total dieciocho; cuatro marroquíes, dos marfileños, dos nigerianos y el resto senegaleses. Cuando no trabajamos estamos aquí, debajo del puente, en una esquina hemos levantado barricadas de madera y cartón para resguardarnos del frío, cada uno tiene tres mantas que nos ha dado una ONG, y solo con esto afrontaremos el invierno. De verdad, hermano, es imposible que te puedas imaginar el frío que hace. Hoy es 13 de noviembre y son pocos los que no se estremecen con las bajas temperaturas. Al acostarnos, dormimos todos muy juntos para calentarnos, puedes notar como los de tu alrededor se retuercen en el tiritar. A veces tiemblo tanto que me da la sensación de que el resto no pasa frío, pues me es imposible sentir el movimiento de los otros cuerpos. Pero hay otra cosa que nos complica mucho descansar, últimamente hay blancos que van por ahí prendiendo fuego a la gente que vive en la calle y nosotros no podemos dejar de pensar en ello, viviendo rodeados de cartones y maderas somos inflamables.

Por las mañanas, después del desayuno, caminamos cuarenta minutos hasta el lugar donde los patrones eligen a dedo quienes trabajarán ese día en las plantaciones, somos muchos con la esperanza de trabajar y pocos los que los dueños necesitan. La tarea es dura pero si recoges mucha fruta te dan un buen dinero, el problema es que a veces algunos no nos pagan y nosotros no podemos hacer nada porque no tenemos papeles. Cuando ocurre esto ya se te estropea la semana, es muy difícil explicar lo que se siente cuando vives debajo de un puente, no tienes nada, y trabajas con ilusión durante diez horas para acabar la jornada con la desesperación y la impotencia como único salario. Al principio sientes rabia, odio, y hay que contenerse para no matar a nadie, luego tratas de olvidarlo, pero te sientes como si no fueras una persona, nadie te respeta y la gente te mira por la calle como si fueras un inconveniente. Puedes olvidar a las personas, pero cuando las cosas te van mal, como cuando no te pagan, sus miradas son muy difíciles de ignorar.

Otro problema que tenemos es la policía, cada uno o dos meses nos echa de aquí y se quedan con las mantas, este es el único puente que está cerca del río y que nos puede resguardar de la lluvia, así que vagamos uno o dos días por los rincones de la ciudad y luego volvemos.

Lo mejor que he encontrado en este país es a nuestros hermanos africanos, estamos muy unidos, creo que todos sabemos que ninguno es nada sin los demás. Nos cuidamos como si fuéramos de la misma familia, pero a veces ni esto nos salva. La semana pasada amaneció muerto un compañero marroquí, los de la ambulancia dicen que lo mató el frío, nosotros decimos que lo mató la indiferencia. Hoy hace cinco días que uno de los senegaleses, Malik, está enfermo. Tiene fiebre, y no se puede levantar, se caga y se mea encima, es muy desagradable su aspecto y su olor. Cada noche, cuando regresamos de buscarnos la vida, lo levantamos entre todos reprimiendo las arcadas que nos provoca el hedor incrementado por el movimiento y lo acercamos al río, allí lo lavamos pero el agua esta muy fría y dicen los médicos que si lo seguimos bañando morirá, y que si sigue en la calle también. Era el más alegre de todos, siempre bromeando, se podría haber ganado la vida como cómico, además, tenía una sensibilidad especial, siempre estaba pendiente de todos, cuando tenias un día malo, lo sabia, nos conoce bien, se te acercaba y te contaba cualquier anécdota y sin saber cómo… no podías parar de reír. Te hablo de él en pasado porque lo primero que aprendes aquí es que el optimismo solo conlleva mayor sufrimiento, pero imaginar esto sin él se me hace insoportable.

Aquí las emociones, los sentimientos, se mezclan de tal forma que uno no sabe qué es lo que le está pasando. ¿Recuerdas cuando murió el tío Youssou? Ese día sentí mucho dolor, como toda la familia, pero aquí la muerte es distinta, es más complicada. Cuando muere alguien, el dolor pierde intensidad porque el miedo se te mete dentro, sabes que el próximo puedes ser tu, te examinas mentalmente y la mínima dolencia o síntoma de enfermedad ocupa todos tus pensamientos, puesto que cualquier cosa te puede matar. Además, sientes alegría y sosiego porque el muerto no eres tú, has sobrevivido a la visita de la muerte. Pero la peor de todas las emociones aquí aparejadas a la muerte es la culpa. Cuando muere alguien te sientes culpable, por dos razones: porque quizás podías haber hecho más, y porque sentir miedo y alegría antes que tristeza y dolor te hace dudar de tu condición de persona. No se si puedes entender algo de todo esto, ni siquiera sé si yo lo entiendo lo suficiente para poder explicarlo, es muy difícil hermano, a veces siento tantas cosas y pienso tanto que la única salida que encuentro es beber vino para calmar mi cabeza.

Sabes que en nuestro país, desde pequeños, estamos acostumbrados a tomar cosas prestadas porque nos son útiles…, yo no hubiera podido jugar al fútbol sin las botas de nuestro primo o, ¿recuerdas cuando mama te mandaba a pedir prestado arroz a la vecina?, sin ese arroz no hubiéramos podido comer. Te digo esto para que entiendas lo que yo he aprendido estando aquí: no te soluciona nada pedir un lugar prestado. Hermano, aquí las cosas no son fáciles y no quiero que te engañen, sé que te quieres venir pero todo lo que te cuento es la realidad. No le hables a nadie de lo que dice esta carta, no quiero que mamá se entere de cómo estoy viviendo, sabes que se preocupa demasiado. La otra carta es para la familia, esconde ésta, mejor, rómpela o quémala, y dale la otra a mamá.